viernes, 16 de mayo de 2008
domingo, 11 de mayo de 2008
Un Lugar en el Libro...
Caróstifo (1)
Él corría como nadie. Pero no solo esa habilidad resaltaba en él. En los picaditos del barrio, se jugaba todo. Era el típico pibe que todos pedían primero al ganar un pan y queso.
Como de costumbre, todos le ofrecían la pelota mas o menos en el medio de la cancha. Para que él corra y anote. Pero de la manera que solo él podía hacerlo. Muy difícil explicarlo a letras. Solo se pueden enumerar detalles: corría a una velocidad exagerada en comparación a los demás; casi no tenia gambeta, pero podía eludir a cualquiera sin disminuir su pique, y quedaban en el camino los eludidos, que lo observaban marcharse rumbo al arco. En un momento así, fue que sucedió el principio de su cambio.
Una pelota picando. Casi en el punto del penal. Y él demarcándose, corriendo, claro, para abollar el balón de un zapatazo. Muy malo. Horrible. La pelota sale muy alta, tanto q se pierde por detrás de la cancha. Y lo peor –el tonto motivo- un sonido de vidrios rotos.
Después, todo lo demás. La ventana rota. Los chicos corriendo para no ser enjuiciados y sentenciados por aquel propietario del vidrio inútil.
Y se presenta la locura. Un tipo borracho -por lo menos eso le dijo al juez- con un arma. Creo que 38, no conozco mucho de eso. Tratando de asustar a los pequeños culpables del pelotazo que arruinó su ventana. Una desgracia. Un niño muerto. Disparo certero, con saña. Una inexplicable locura.
Pero más sorpresa genera como fueron los minutos previos a esta masacre.
Luego del pelotazo, todos los niños corrieron y dejaron el terreno libre. Todos lo niños menos cinco. Esos cinco se acercaron a la casa perjudicada, para ofrecer sus disculpas y claro, recuperar la pelota. Así fue. En ese momento los chicos corrieron obligados por el miedo que los devoraba. Aquel hombre enfermo tenia un arma, y disparaba contra ellos.
Caróstifo corría muy rápido. Mucho mas que los demás. Y por eso no pudo evitar ayudar a Carlos, su amigo, que se había caído y este tipo ya le apuntaba con su arma. Volvió, lo ayudo a parase, y corrieron juntos... hasta que Caróstifo cayó. La bala encontró su espalda. Su pequeña espalda.
Podía haberse salvado. No hay dudas. Él corría como nadie.